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La risa, el preludio de algo futuro [Privado: Adziel]

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La risa, el preludio de algo futuro [Privado: Adziel] Empty La risa, el preludio de algo futuro [Privado: Adziel]

Mensaje por Adam L. Flamel Miér Ene 02, 2013 11:40 pm

La risa, el preludio de algo futuro
El comienzo de una relación.

El sol comenzaba a descender paulatinamente, progresando cada vez más en su caída. Desde la oscuridad de la noche, la luna impaciente, ansiaba ascender a lo más alto y comenzar como cada madrugada, su reinado de tinieblas. La supremacía del cielo, una lucha eterna entre luz y oscuridad, bien y mal, Lorenzo y Catalina, el Sol y la Luna. Independientes de esa inmortal guerra, que cada día tiene lugar en el firmamento, los seres vivos crean sus vidas, unen lazos, rompen otros. Ya sea por conveniencia, cercanía, parecido, o cualquier otra causa, la sociedad se rige por las relaciones y los grupos formados. El máximo ejemplo de esta cercanía, la familia. Amor, lealtad, fraternidad. Una misma sangre corriendo por sus venas. Algo mágico, esencia, natural. La cuna de toda la sociedad es la familia, la relación entre sus miembros. Esto, y tan solo esto, es el primer vestigio de la modelación de una conducta. Los más pequeños miembros crecen rodeados de felicidad, en una burbuja de risas.

La plaza de Rivendell, un emblemático lugar donde la naturaleza precedía a la armonía y esta, a su vez, a la alegría. ¿Quién no querría un lugar así para sus pequeños? Ese sitio en el que poder relajarse sin temer por su seguridad, porque la naturaleza le salvaguarda por ti, en todo momento. Emana tranquilidad y calma, las risas y los gritos de los juguetones infantes comienzan a crear ese hogareño ambiente que a tantas familias atraía al lugar. El aroma de las flores embriagaba el aire de un dulce olor parecido a aquel que olían Adán y Eva en el edén. La puesta de sol otorgaba al lugar un tono azafranado que amenizaba a los presentes. Poco a poco, más y más niños iban abandonado la plaza. Algunos agotados por los juegos y gritos partían a sus casas para finalizar ese inmenso día. Otros, de la mano de sus progenitores, eran arrastrados a casa, pese a estar extenuados, porque deseaban continuar allí jugando con los pocos que quedaban. Sin embargo, sus padres les explicaban que debían regresar para poder arreglar las cosas, para así el día siguiente, de nuevo, realizar la misma rutina de siempre.

Mientras que las personas iban en el sentido contrario, saliendo de aquella plaza de ensueño, un chico avanzaba hacia esta, por una de las calles situadas al sur de esta, parecía distante y reflexivo. Caminaba lentamente, con la mirada fija en el horizonte, absorto en sus enrevesados pensamientos. Sus violáceos cabellos se mecían de un lado a otro a la par que daba un paso al frente. Así, a cada paso que daba, los cabellos se movían levemente a un lado de su rostro, aportando cierto misticismo a la oculta mirada del caminante. Parecía mentira que estuviera allí. Horas antes había estado en las afueras del reino, entre la exuberancia del bosque, perdido de todo rastro de humanidad alguna. Y en tan solo un rato, había salido ileso de allí, se había arreglado un poco de la sordidez existente en el ambiente de aquella densa arboleda, y se había dirigido a aquella habitada plaza para poder perderse entre el bullicio y el ruido de los más pequeños de la sociedad del que siempre sería, aunque entre y salga por ciertas razones, su reino, el único e inigualable por el resto de su vida.

Entró al recinto con paso sosegado, pausado, tranquilo. Miró sin detenerse en ningún instante aquel lugar, y descubrió que la decoración y la construcción favorecían el ambiente que coexistía con el lugar. Los intrincados senderos, delimitados por bajas y vistosas palmeras, animaban a los visitantes a pasear por ellos, y así, poder visitar todos los lugares que aquel lugar podía ofrecer. Pese a que simple vista no parecía abarcar demasiado terreno, aquella plaza se extendía más que cualquiera que hubiera visitado antes. En una esquina, para evitar así quizás que algún infante se perdiera por las calles colindantes, se situaba una serie de tubos y cuerdas, dispuestas de forma especial para que resultaran de atractivo a los más pequeños y se entretuvieran saltando y tirándose por ellos. En la opuesta, una serie de plantaciones en principio con carácter decorativo. El joven optó por sentarse en un banco situado en uno de los senderos de la plaza, en el centro aproximadamente. Respiró profundamente y con la mirada en el cielo, se dejó llevar por sus pensamientos.

Adam L. Flamel
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La risa, el preludio de algo futuro [Privado: Adziel] Empty Re: La risa, el preludio de algo futuro [Privado: Adziel]

Mensaje por Adziel Jue Ene 17, 2013 5:31 pm

La rapidez con la que el tiempo transcurría hacía que perdiera noción del mismo. Como todo en su vida, a medida que el reloj contaba las horas, su vida cambiaba drásticamente. Tantos eran los cambios y nuevos sucesos que había experimentado que, como era de esperarse, no lograba adaptarse y lo relacionaba todo a los sueños que cada noche tenía. ¿Cuánto más le tocaría vivir? ¿Qué podría hacer? ¿Debía realmente confiar en los que a su alrededor se encontraban? Una vez más la imagen de la reina del Este apareció en su mente. ¿Cuán cierto era lo que decía? Era evidente que no se había equivocado, al menos no hasta ese momento. No le gustaba desconfiar, mas no podía evitarlo. Alguien más la había defraudado con su desaparición o más bien, la preocupaba, pero era de un reino que antes había considerado enemigo. Todo rostro que veía era oscuro, no por simple maldad, sino por el misterio que envolvía a cada ser. Era curiosa, mas no tonta como para dejarse llevar una vez más, o eso era lo que creía, después de todo, había vuelto a cometer una imprudencia. ¿Qué diría su familia si estuviera con ella? Probablemente la regañarían por su torpeza. Confiar era su talón de Aquiles, creer que había algo de bondad en la gente también lo era. Ya no quería vivir algo similar de nuevo y esperaba que aquél que había vuelto una vez más a su vida, no la dejara tampoco. Si no fuese por Fenrir y por este ser, su corazón volvería a estar invadido por la soledad ligada a su título. ¿Qué haría de ahora en más con todos a su alrededor? Obviamente que los mantendría en la mira por mucho que le costase, puesto que en momentos así sólo una frase resonaba en su subconsciente: "es mejor prevenir que curar".

Era realmente triste tener que considerar la posibilidad de que no quedaran seres en los que pudiera confiar en aquél basto mundo por lo que a veces deseaba haber nacido en otra familia que no tuviese nada que ver con la realeza, mas si ese hubiera sido el caso, otra persona desafortunada estaría viviendo lo que ella había experimentado hasta ese momento y eso era algo que no se lo deseaba a nadie.

Fenrir que era un can bastante perceptivo, frotó suavemente su mejilla y oreja derecha contra la pierna izquierda de la fémina mientras ambos se abrían paso por entre la frondosa vegetación que los rodeaba. Fue en ese mismo instante cuando volvió en sí y notó la amargura que en su interior residía. Se detuvo por unos segundos y sacudió la cabeza con delicadeza. Ese no era el momento de estar pensando en cosas tontas y menos a esa altura del paseo. La oscuridad que reinaba en el ambiente hacía imposible que pudiese ver por donde caminaba, y la posibilidad de encontrarse con algún peligro entre las sombras, demostraba lo necesario que era para ella estar atenta y ser cautelosa. Puede que aún estuvieran dentro del reino, pero nunca se sabía con quién podría llegar a encontrarse y no sería la primera vez que se topara con una especie que no fuera nativa de dicha región. Vampiros, demonios, dragones... Infinidad de especies extrañas pudieron haber transitado ese mismo sendero que para la monarca, era un atajo que utilizaba para evitar toparse con los guardias que vigilaban la ciudad puesto que de encontrarla, arruinarían su preciado momento de paz y, probablemente, la llevarían de regreso al castillo: aquella construcción que para ella era una prisión. Era probable que si más tarde la descubrían aquellos que estaban a cargo de su seguridad, recibiría alguna especie de regaño, y el mismo provendría de los que eran más "cercanos" y que se atrevían a replicarle. Odiaba todo lo referente a su título, a excepción de los mismos habitantes. Era una simple ave enjaulada a quien le había cortado las alas. Ya no tenía escapatoria...

Parecía que nunca llegaría a destino, o más bien no tenía ninguno en mente. Sólo sintió deseos de caminar. Eso era lo que hacía, andar sin tener un rumbo fijo como si fuese un alma en pena que vagaba por el mundo, y por su pena repetía una y otra vez tal acción. ¿Hasta dónde llegaría? Ni ella lo sabía; simplemente esperaba sorprenderse con la magia de cada una de los territorios del reino. Y así fue como llegó a Rivendell. Por las calles no había nadie y debía asegurarse de que ningún guardia la viera, y para eso contaba con una larga caperuza negra. Era probable que quien viera a un ángel acompañada de un lobo negro, la reconocería, mas el hecho de que la ciudad estaba despoblada a esas horas, nadie la descubriría, o eso era lo que la fémina creía. Se sentía una criminal que se había dado a la fuga, y esa simple idea la irritaba. Estaba presa en su castillo e incluso en su propio reino, y puede que fuera porque debían protegerla por ser la monarca, pero nunca nadie le preguntó si eso era lo que en verdad necesitaba, después de todo ¿qué podría pasarle en Sairou? La paz había sido devuelta al reino hace tiempo, a pesar de que en el pasado había sido atacada. Había hecho todo lo que estaba a su alcance para proteger a todos, y lo seguiría haciendo incluso a costa de su propia vida.

La figura femenina continuó avanzando por las calles de la ciudad, observando con detenimiento lo que la rodeaba junto con su compañero en tanto buscaba un lugar donde poder tomar un respiro. Hubiera sido mejor quizá quedarse en el bosque, mas sus pensamientos amargos la obligaron a caminar. Ya comenzaban a notarse signos de fatiga y, en momentos así, sus alas eran inútiles, una simple carga que acrecentaba su cansancio físico. Poco a poco fue dejando las rústicas construcciones y la sólida superficie del asfalto hasta encontrarse con un suave colchón de tierra y hierbas bajo sus pies. ¿Había llegado nuevamente al bosque? No, aún estaba en Rivendell, podía notarlo gracias a algunos senderos de cemento que se extendían como redes por todo el lugar. Ya había estado allí hace tiempo, pero ¿cuándo podría haber sido si rara vez se dirigía a la ciudad? Eso ya no importaba, lo importante era que estaba allí. Examinó cada recoveco y sector de aquella plaza arbolada con la esperanza de encontrarse sola en el lugar, pero hubo una figura que hizo que sus palpitaciones aumentaran y su respiración casi se cortara; una figura masculina de alto porte que se la veía sentada en un banco. Ambos cuerpos estaban separados por una distancia aproximada de cuatro metros, lo que le permitió verlo allí sentado, aunque no pudiese descubrir de quién se trataba. ¿Qué haría si llegaba a ser un guardia? Tendría que volver al castillo sin chistar, y eso no era lo que deseaba. Se acomodó la capucha que cubría su cabeza y bajó el rostro para que la misma tapara su rostro, y allí se quedó, rogando que la oscuridad de su túnica la escondiera entre las sombras del árbol que tenía a su lado...

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